El aguacero era constante, el agua comenzó a inundar gran parte de las avenidas y las casas más modestas, el fango de los parques se desparramaba por las grandes calles y las pequeñas ya se encontraban completamente enlodadas. Si bien la lluvia era permanente, a ratos aumentaba su fuerza y a veces (sólo a veces) la disminuía. Empezó a correr un viento hiperbóreo, que levantaba columnas de polvo, pero rápido éste volvía al suelo, la lluvia no dejaba que nada ascendiera. Cuando un casi vendaval polar pasó por sobre Andrés, su cóncavo paraguas se precipito a volar. Se alejó con celeridad y ni si quiera la fuerte lluvia pudo frenarlo, si Andrés se hubiese cogido con fuerza habría perdido un brazo (o hubiese sido la primera representación masculina de Mary Poppins).
Andrés miró al cielo y escupió, la saliva se mezclo con el agua y llegó a su amoratado rostro, lo hizo sólo para poder decir –Alguna vez escupí al cielo y me mojé-, de todas formas se hubiese empapado, pero ahora tenía la excusa perfecta y una ducha inmediata para sacar de su semblante la espesa baba.
Él era un tipo de aspecto natural, sus movimientos un tanto atolondrados: mostraban su espontaneidad. Su cabeza baja al andar… su falta de autoestima. Le gustaban los días de lluvia, pero los prefería en casa, a veces salía de paseo, mientras el agua caía y le gustaba mojarse (ligeramente) los pies, nunca había escupido al cielo y cuando lo hizo se sintió vivo, no por el expeler un poco de agua desde su boca, sino por todo lo que un baboseo al aire significa, es desafiar a Dios y a la gravedad en la misma acción, es gritar al mundo “Dios y Newton pueden ser escupidos”, pero el peso de la historia, la ciencia y la religión se había congregado para devolver la saliva al rostro de Andrés.
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