lunes, 2 de noviembre de 2009

Rutina diferente

Me despierto día a día para bañarme, me visto día a día para desayunar y desayuno día a día para ir a un trabajo que no me gusta para comprar cosas que no necesito, desde la parte de trabajo en adelante lo escuche en una película, que no recuerdo cual es, pero creo que era buena.

Salgo bien temprano y bien vestido, de terno, pero como muchos otros que salen bien vestidos y bien temprano tengo que esperar el bus para poder llegar a la oficina y antes de las ocho para alcanzar a tomar un cafecito previo a comenzar la maratón de ocho horas y veinticinco minutos frente al escritorio, interrumpidas cada hora y media para fumar un cigarro e hidratarme un poco y lograr a duras penas llegar a la hora de almuerzo, para cuando termina el día volver a la casa y desparramarme sobre el sofá, intentando darme ánimos para el día siguiente, que aun no comienza y ya lo siento agotador.
Los miércoles todo cambia radicalmente, vamos después del trabajo a un pub cercano y nos olvidamos de las putas responsabilidades, todos somos solteros, yo verdaderamente los soy, pero otros y otras se olvidan de los hijos y de su contraparte que seguramente los esperan con la cena lista y cada miércoles la comida se enfría sobre el plato del trabajador ausente.
Por lo menos me gustaría que lo que me sucede fuera exclusivo, pero esa realidad es una especie de monotonía compartida por todos los trabajadores de la oficina, vendemos papeles y estamos en un quinto piso, bueno tenemos una vista privilegiada del smog capitalino. Me puedo dar el lujo de fumar en un balconcito que da a una calle que en algún momento intercepta la Alameda, que dicha ¿no?

Un día de aquellos que llueve, creo que era de arriba hacia abajo, me senté muy cerca de la baranda del balcón, con un cigarro y un café, disfrutaba ver pasar los paraguas en todas direcciones, algunos apurados y otros más calmos, algunos verdes opaco y otros negros (los más comunes), también tuve el lujo de ver cabezas desnudas y mojadas corriendo en busca de asilo y no me refiero que fueran cabezas ancianas. Luego lo que paso es que apareció Camila, no podía faltar una mujer en la historia. Camila es la secretaría del jefecito, debe tener unos veintitantos y se ve de veintitantos, simpática, buena presencia, eficiente y expresiva, más o menos eso debe poner en su currículum. Se dirigió a mi, sorpresa me hablo una mujer y no para preguntarme la hora, sino que para preguntarme si tenía frío y yo entumido, con los dedos morados y la piel de gallina, le respondí que no, cómo tendría frío frente a la secretaría del jefecito. Consideremos el frío que hacía en el ambiente, sumado a la frialdad entre nosotros y restémosle la calentura que provoca la falda de la secretaría, en conclusión hacía frío pero no tanto. Hablamos un rato, le ofrecí un cigarro lo acepto, luego otro y otro, cuando comencé a pensar que se acerco a mi porque le escaseaban los cigarros, saco una cajetilla nueva y me devolvió los tres cigarros ofreciéndome cada vez que ella sacaba uno. En un momento ella me dijo “Hoy es miércoles y yo soy soltera”, nunca he sido bueno para sustraer información y pensé que quería comentar que no tenía novio y que estábamos a mitad de semana.

Lamentable al día siguiente del miércoles de esparcimiento, por si no entienden me refiero al jueves, hicimos como si nada hubiera pasado, el desliz que tuvimos el miércoles lo olvidamos (en realidad yo lo tengo muy presente), bueno para mi no fue lo que uno llamaría un desliz, simplemente fue una noche con besos alcoholizados y uno que otro abrazo despechado, ¡soy el vendedor de papeles más poético que he conocido!

Viernes al fin termina la semana, son algo así como las tres veintisiete y no sé cuantos segundos, aun no aprendo a verlos mirando al sol. Fabuloso los viernes terminamos de laborar a las cuatro o las dieciséis mil para los fanáticos de películas gringas. Hoy ha sido un día plano, ¿no ha sucedido nada levantado? Algo así, nada especial, nada nuevo, seis encargos de no sé cuantas toneladas de papel blanco y muchos kilos de papel de diario. Miro el reloj como si mi pena de muerte se acercara, salí a fumar como contratado y me di cuenta que no había silla eléctrica esperándome, solamente fue que se acercaba el timbre de salida, quedaba poco menos de dos minutos y yo hastiado totalmente.
Ya se acabo, al fin terminamos este día y se me había olvidado comentar que empezaban mis vacaciones de invierno, las esperaba ansioso, por eso se me pasaba tan lento el viernes, pero se acabo comienza el relajo y Camila me pidió que la invitara a mi casa, todo suena lindo no, pero aun vivo con mis padres, no encuentro que tenga nada de malo vivir con ellos hasta más de los treinta.
Le dije: “vivo con mis padres” y ¡sorpresa! me invito ella a su departamento, ¡maldición! vive tan cerca de la oficina puede darse el lujo de despertar a las siete, numéricamente hablando es mejor que yo en todo aspecto.

Ya me estoy aburriendo de esta micro bitácora, si que finalizare contando lo que ocurrió la noche en el departamento de Camila, que en realidad no fue mucho lo que ocurrió.

Yo entre amoratado por el frío y el cambio de temperatura debe de haberme sentado mal, sentí un calor molesto en el estomago, “hay mijito le dio un enfriamiento” me decía la voz de mi fallecida abuela. Nos saludamos con un ridículo beso en la mejilla como si no supiéramos que luego las mejillas serían lo último que nos besaríamos. Me preparo un café, que tierna, me sirvió galletas de vainilla y chocolate, estaban rebuenas, acerco la estufa y la encendió (o la encendió y la acerco). Nos pusimos cómodos, aún vestidos, y le pregunte tímidamente si podía fumar en el departamento, rió y con un dejo de sarcasmo respondió, mientras encendía un fósforo (a la antigua) “No, los ceniceros son decorativos”. Luego abrí mi bolso y saqué un botella de vino, la descorche y nos lanzamos a disfrutar del juego de uva fermentado, mientras comíamos chocolate e inspirábamos alquitrán con nicotina, combinación afrodisíaca, ¿afrodita se vería tan bien con el escote que llevaba Camila?

Camila tiene el aspecto de ser una mujer simple, que disfruta con su condición de secretaría y de lucir sus buenas piernas cuando pasa frente a una construcción, pero para mi asombro ella es eso y también todo lo contrario, no entiendo bien como puede serlo, pero así es.

La media noche asechaba sobre nosotros y aún no recibía ni un solo beso, a todo esto llevábamos tres botellas de tinto y podría decirse que estábamos cuasi ebrios, ella un poco más que yo. Apagó la tele, ¿mencione que la prendió?, de cualquier modo fue una buena decisión, era mejor escuchar algo de rock de los ochentas que martirizarme viendo “el día menos pensado” (televisión nacional, comienza a las 23 PM día sábado, por si les interesa, el animador tiene un algo que es místico).

Camila no se había portado como otros días, era más natural, tenía menos labial pero su boca se veía más roja. Tomó el control de la radio y dejo el volumen cercano al cero, comenzamos a hablar sobre el clima, mala señal, muy mala, pero el clima se torno favorable, hacía un calorcito medio tropical y sus ropas comenzaron a aflojar, nos besamos (no cometimos la ridiculez de besar mejillas) y ella comenzó a suavizar (aún más) su trato hacia mi y yo comencé a creer que no era un sueño. La verdad yo no era un conocedor del genero femenino pero no podía pasar por novato, eso hubiese sido decepcionante por lo bajo, por suerte tenía claro como debía actuar con ella.

Finalmente nos acostamos y no a dormir, por si me creen puro y casto, lo pase muy bien, creo que estupendo grafica más la situación, su piel era tersa y más después de habernos “amado”.
Prendimos la televisión, lo digo en primera persona plural pero no porque se necesiten dos personas para encender un televisor, ya estaban dando las noticias del mediodía, Camila me dijo “pidamos alguna cosita para comer”, comida China después de haber practicado sexo Hindú o más conocido como kamasutra (no somos asiáticos).

Me quede dos días completos en su casa, no era necesario tener ropa limpia, andábamos desnudos las veinticuatro horas, luego fui a ver a mis padres y volví a la casa de Camila, cuando llegue la salude de beso en la mejilla ¿será que soy idiota?

La velocidad de los días cambió, tanto así que no me di cuenta cuando ya tenía toda mi ropa en su closet e incluso su cama de plaza y media fue reemplazada por una matrimonial, mis discos musicales estaban desparramados por el departamento y ya no era necesario estar ebrios para besarnos. Comencé a creer que esto era más que una noche de besos alcoholizados y abrazos despechados. Disfrutábamos almorzando juntos (cuando podíamos) y hablando de nuestros días que parecían ser todos iguales, no lo eran, cuando uno ama encuentra diferencias entre una mandarina y una clementina.

Pasamos mucho tiempo juntos, mantengo que la velocidad del tiempo cambió, comenzamos a usar la cama para dormir y empecé a disfrutar de las mañas de Camila. Un día de esos que utilizamos la cama para dormir nos dijimos que nos amábamos y según yo (nadie me lo quita de la cabeza) al día siguiente desperté, miré mi mano derecha y tenía una vistosa argolla de oro, ¿¡nos casamos!?
Camila renuncio a la empresa de papeles, le ofrecieron un mejor sueldo en otro lugar, era otro nivel de empresa… vendían cajas de cartón.

Al tiempo comprendí que nos despertamos día a día para bañarnos, nos vestimos día a día para desayunar y desayunamos día a día para ir a un trabajo que no nos gusta para comprar cosas que no necesitamos, para llevar esas cosas a un hogar que esta lleno del olor de la persona que amamos (no tengo hijos por eso no uso el plural) y en ese instante me di cuenta que “El club de la pelea” estaba equivocada ¡ese era el nombre de la película! por fin lo recordé, ya llevaba cinco años (y un día) esperando para acordarme el nombre de la película. Y lo mejor de todo es que ya no tengo que darme ánimos para comenzar el día siguiente, tengo quien me animé, casi lo olvidaba ¡bendición! ahora vivo en el departamento de Camila y soy yo el que se puede despertar después de las siete y otra cosa, esa noche en el departamento de Camila ocurrió más de lo que pensé que nunca ocurriría con la ex secretaría del jefecito.

domingo, 18 de octubre de 2009

Tres.

Cuando Francisca abrió los ojos, se sentía ligera, recompuesta (en cierto sentido). Se acercó a la ventana, limpió el vapor del espeso cristal y levantó la mirada por sobre los altos y desnudos árboles, atravesó con su vista las copas más altas hasta encontrar, entre ampulosas nubes blancas, el primer zorzal de pecho inflado y canto firme que veía desde varios días, desde que había comenzado la tormenta. El sol se filtraba por entre las largas cortinas, a pesar de lo vetusto de ellas seguían siendo elegantes, verdes y a Francisca le gustaban.
Las primeras chispas solares que se inmiscuyeron por el breve espacio entre el ventanal y las cortinas, disolvieron la frontera de piel y pestañas, sus ojos se entreabrieron y mascullo somnolienta un ruido incomprensible, pero que aún así expresaba deleite. Se levantó presurosa y abrió las ventanas, asomó su cabeza y retuvo el aire inmaculado durante el mayor tiempo posible, sus pulmones se sentían enclaustrados en el breve espacio de su pecho, se extendieron lo más que pudieron y su torso se dilató, parecía más voluptuosa que hace cuatro días, pero en realidad estaba más delgada.
Fue hasta el cuarto de baño, se posó frente al espejo, desprendió los broches que afirmaban su camisón y dejó que las ropas cayeran lentamente desde sus hombros hasta sus tobillos, se perfiló frente al espejo y miró con atención su cuerpo desnudo, lo vio terso y se sintió guapa, cualquiera coincidiría con aquella opinión. Sus piernas estaban extendidas sobre las cerámicas frías, caminó sobre ellas suavemente, con cuidado de no resbalar, giró la manecilla de la bañera, esperó que el agua se entibiara y entró en ella. Jabonó sus brazos flacos y femeninos, sus muslos albos y sus caderas que tantas veces consideraba un poco anchas, pero así estaban bien.
Dentro de la bañera pensó que era bastante caprichosa, cuatro días encerrada por la lluvia y cuando cede la cellisca, de sobredimensionadas gotas, decide crear una bajo la que había sido su marquesina por más de media semana.

sábado, 17 de octubre de 2009

dos.

El aguacero era constante, el agua comenzó a inundar gran parte de las avenidas y las casas más modestas, el fango de los parques se desparramaba por las grandes calles y las pequeñas ya se encontraban completamente enlodadas. Si bien la lluvia era permanente, a ratos aumentaba su fuerza y a veces (sólo a veces) la disminuía. Empezó a correr un viento hiperbóreo, que levantaba columnas de polvo, pero rápido éste volvía al suelo, la lluvia no dejaba que nada ascendiera. Cuando un casi vendaval polar pasó por sobre Andrés, su cóncavo paraguas se precipito a volar. Se alejó con celeridad y ni si quiera la fuerte lluvia pudo frenarlo, si Andrés se hubiese cogido con fuerza habría perdido un brazo (o hubiese sido la primera representación masculina de Mary Poppins).
Andrés miró al cielo y escupió, la saliva se mezclo con el agua y llegó a su amoratado rostro, lo hizo sólo para poder decir –Alguna vez escupí al cielo y me mojé-, de todas formas se hubiese empapado, pero ahora tenía la excusa perfecta y una ducha inmediata para sacar de su semblante la espesa baba.
Él era un tipo de aspecto natural, sus movimientos un tanto atolondrados: mostraban su espontaneidad. Su cabeza baja al andar… su falta de autoestima. Le gustaban los días de lluvia, pero los prefería en casa, a veces salía de paseo, mientras el agua caía y le gustaba mojarse (ligeramente) los pies, nunca había escupido al cielo y cuando lo hizo se sintió vivo, no por el expeler un poco de agua desde su boca, sino por todo lo que un baboseo al aire significa, es desafiar a Dios y a la gravedad en la misma acción, es gritar al mundo “Dios y Newton pueden ser escupidos”, pero el peso de la historia, la ciencia y la religión se había congregado para devolver la saliva al rostro de Andrés.

viernes, 16 de octubre de 2009

uno.

Andrés dio un portazo estruendoso, echó la llave hasta el fondo y cuando el cerrojo se hubo cerrado completamente, se alejó de la puerta, abrió su paraguas y caminó bajo el cielo gris y el aguacero de la ciudad. Divagó durante unos minutos, casi una hora, por las calles inhóspitas y frías, el concreto gélido y sobre él una capa de escarcha muy delgada. Andrés comenzó a patinar o por lo menos deslizarse ligeramente sobre el hielo del cemento, cuando frente a él se cruzaron unas baldosas resbaladizas y su cuerpo tambaleo hasta tal punto que cayó sobre el agua endurecida, se levantó rápidamente y limpió de su cuerpo la suciedad del pavimento.

Francisca no salió de su hogar, encendió un brasero pequeño y se envolvió en una manta desgarrada, cogió un libro de páginas ambarinas y comenzó a leer. Francisca, el frío atravesaba su frazada, empezó a sentir la piel dura, le punzaban unas álgidas agujas. Se levantó de su mecedora, tapizada de tela gruesa, con cuadros rojos, naranjos y blancos. Y se acercó al fuego, posó sobre ella una lata en forma de tetera y esperó que el agua se calentara hasta hacer burbujas, la tomó con un trapo de tela vieja y vertió agua sobre una copa, de madera tallada, colmada de yerba mate, luego volvió a mecerse y leer hasta que sus parpados acabaron unidos creando una frontera de pestañas y piel.

domingo, 11 de octubre de 2009

Pago los platos rotos.

Él se dedico a sufrir, a pasar tragos amargos de cerveza y cigarros sucios con labial rojo de mujeres distintas, a ellas las miraba, las besaba, las tocaba y quizás después terminaba con alguna en un cuarto polvoriento ubicado en el centro de la capital, les invitaba un trago, luego otro y tal vez un tercero, cuando llevaban siete u ocho él estaba tan borracho que no recordaba el número de la habitación ni el hotel donde se había desnudado, muchas veces no recordaba el rostro y mucho menos el nombre de la guapa mujer, eran guapas por lo general, ya que cuando las escogía estaba de lo más lucido, pero cuando las cogía ya arrastraba las palabras y las piernas.
Su rostro era frío durante días completos y sólo lo hacia esbozar una sonrisa el leer humoradas en las novelas o ver escenas que consideraba patéticas, las parejas llamándose con apodos le causaban especiales ganas de reír, cuando se acercaba a las guapas mujeres mantenía el entrecejo bajo y lo levantaba a ratos para demostrar falso interés en las palabras de ellas, pero solo pensaba en cuanto tardaría en tenerlas. Las analizaba con especial frialdad, sus piernas, rostro, brazos, senos, las desnudaba con la mirada y eso tenía un efecto sedante en ellas, le facilitaba el trabajo, además al momento de hacerlo no habría sorpresas en su cuerpo, por la expresión de su cara sabia si tenían alguna cicatriz o alguna cosa que las acomplejara y atacaba fingiendo ser poco superficial, qué más daba una cicatriz no impide acostarse con ellas, no impide saciar su bestialidad.
Cuando las tenía en el cuarto de motel no dudaba en ser descortés, incitarlas a entregarse con obscenidades, luego les decía despacio pero con decisión “quítate todo lo que traes puesto”, las recorría con su sexo y luego, solo luego se desprendía de su deseo, las cogía con fuerza y no cambiaba su rostro de ceño fruncido, no cerraba sus ojos y sólo buscaba su propio placer; a la mañana siguiente, con su cuerpo lánguido de ejercicio, se levantaba, se daba un baño y salía con su chaqueta al hombro y un cigarro encendido, bajaba hasta la recepción y pagaba la cuenta, avisaba que su acompañante (así las llamaba cuando no recordaba el nombre) aún dormía y que por favor la despertaran en una hora por el teléfono y luego llevaran desayuno a su alcoba, con eso calmaba su conciencia, con un par de huevos con jamón a la paila creía que arreglaba las cosas, y para él decía “por si te las vuelves a encontrar, que te recuerden con cariño”.
Uno de sus días de farra, conoció a una muchacha rubia, de piernas largas y cuerpo esbelto, curvas pronunciadas y bellísimos rasgos en su rostro, la observo desde la entrada y la siguió con su mirada hasta que ella se sentó, él se encontraba con otra muchacha, igualmente guapa, pero algo le faltaba que la rubia de piernas largas tenía. Cuando la rubia de piernas largas se sentó, el miró a su acompañante y le dijo “me tengo que ir, lo lamento”, sacó un cigarro lo encendió y se acerco a la mesa de la joven rubia de piernas largas y bellos rasgos. Me llamo Lucas ¿puedo sentarme junto a vos?, preguntó, ella lo miró: subió sus ojos, luego los bajo y lo desnudo por completo con la mirada y respondió “adelante, coge asiento” luego rió con amplitud. Él se sintió algo superado, no le gustaba que otra persona marcara el ritmo, él siempre daba la marcha y la otra persona debía alcanzarlo.
-¿Cómo te llamas?- Preguntó la mujer de piernas largas.
Él se puso nervioso, ya le había dado su nombre y ella dos minutos después no lo recordaba, pero respondió –Lucas es mi nombre, creo que no me había presentado- y luego preguntó a la mujer de piernas largas cuál nombre traía puesto hoy (se hacía el interesante con la forma de hablar y le traía resultados)
-Ah perdón si me habías dicho tu nombre, lo olvide, el mío es Francisca-
-Me gusta ese nombre- dijo para simpatizarle.
-Que bien- respondió
Lucas se sentía extraño, normalmente las mujeres daban la conversación y el sólo debía asentir y exclamar gustoso y las poseía, en este caso le había dejado el trabajo a él. Aceptó el desafío y comenzó a desentrañar algunas historias viejas que lo hicieran parecer un romántico, sensible y todo lo que no era. Ella miraba hacía los lados y levantaba sus cejas fingiendo interés. Él se desesperaba y ella lo disfrutaba, luego lo miró y dijo con un tonito desafiante –dejémonos de pavadas y vamos a otro sitio-. Lucas gustoso aceptó y en su mente pensaba “cuando estemos en el hotel bebiendo vino yo llevaré las cosas nuevamente”

Francisca cogió su celular y llamó un taxi, Lucas aún no comenzaba a marcar las teclas de su teléfono. Subieron al automóvil y ella sacó una tarjeta de su bolso, se la entrego al conductor y le dijo “llévenos a ese sitio”, durante el viaje no pronunciaron palabra alguna y él se arriesgo a tocar las piernas de Francisca y ella no opuso resistencia alguna.

Subieron rápido al cuarto 404, con una botella de vino cada uno y en cada mano, sería una especie de maratón y además Lucas llevaba una caja de preservativos. Descorcharon una por una las botellas, alcanzaban cuatro copas a cada uno en cada botella, Lucas cuando llevaba ya diez comenzó a sentirse bastante ebrio y Francisca aún podía más, bebió el resto directamente de la botella. Francisca se acercó al oído de Lucas y le ordeno que se desnudara, él estando tan ebrio no comprendió que esa era su línea y obedeció, ella lo miró y dijo “calcule mal las dimensiones, es más pequeño” y luego rió dantescamente, Lucas estaba actuando en la peor escena de su vida y sólo atino a desnudar a Francisca. Ya cuando hubieron culminado, él cayo rendido y se durmió, y ella musitó “Fran calculaste todo mal, fue más breve de lo que esperabas”

A las ocho de la mañana Francisca se levantó, se bañó, bajó hasta la recepción, pidió que enviaran un desayuno a las nueve treinta a la habitación 404 y se fue. Cuando Lucas despertó busco a Francisca y no la encontró, sólo vio una nota en el velador.
“Lucas, me preguntaste por el nombre que traía puesto, en ese momento era Francisca, hoy es Daniela y quizás mañana sea otro, en unos minutos más llegará un desayuno a la habitación, disfrútalo y ojala te permitan pagar la habitación y el desayuno lavando platos, ya que me lleve tu billetera y todo lo demás, por compasión deje tu celular y tus calzoncillos, a ver si puedes llamar a una de las muchas mujeres de las que no recuerdas sus nombres, un beso, cuídate desde ahora”

Cuando llego la mucama con el desayuno Lucas estaba con el entrecejo fruncido, pero por primera vez no era su táctica de conquista. Luego Lucas pidió un poco de ropa y comenzó a lavar platos durante todo el día.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Ce Aha Eme Hi Ele Aha.

Andaba como siempre, sin preocupaciones, sólo le importa ser bella, ser ella, la miran como espantados por su hermosura, no se preocupa del balbucear de la gente y sigue su camino, recto y sin prisa.
Yo la esperaba me sentía afortunado, era mía y todos la querían… todos, yo más que nadie. Se me acercó, inclinó su cabeza y besó mis labios, lenta y suavemente, fue un beso seco, de boca cerrada, pero dulce. Me preguntó cómo me encontraba y luego si la quería, siempre preguntaba lo mismo y siempre sabia la respuesta, era un sí, rotundo, firme y seguro, le dije que se veía bella y ella lo sabía, pero aún así actuó avergonzada, se ruborizo como si fuera real la sangre en sus mejillas, era toda una actriz, de las de verdad, de tablas.
Abrió su bolso, era rojo con puntos negros (o negro con puntos rojos) y sacó un paquete de cigarrillos largos, la abrió y poso uno en su boca, lo manchó con el labial y me hizo una mueca exigiendo fuego, aspiró y botó el humo azul que siempre la hacía ver muy interesante y guapa.
Luego tomó mi mano con fuerza y me dijo “ven quiero que veas algo bello”, me llevo de la mano varios metros y apuntó un parque, me acercó hasta el pasto y se sentó, recosté mi cabeza en sus muslos y comenzó a acariciar mi cabello, lo desenredaba mientras cantaba una canción en inglés que Ella sabía que no entendía, dormite algunos minutos y nuevamente se inclinó para besarme. Ella era inteligente a veces demasiado, era bella a veces demasiado, era simpática a veces demasiado y eso demasiadas veces me hacía sentir insuficiente, qué hacia una mujer como Ella en un lugar como ese con un tipo como Yo.
Sacó otro cigarrillo, lo encendió y junto mis manos con una de ella mientras inhalaba el alquitrán y la nicotina, susurró “óyeme”, cuando le dije qué introdujo el cigarro en mi boca y yo aspire profundo. Botó el humo que aún guardaba en su pecho y cuando lo hubo sacado me dijo que se había enamorado de mí, se abalanzo y me dio un largo beso, que me dejo sin respiración por un minuto, cuando nuestras bocas se divorciaron, exhale y respiré hondo y me reí, fue un sonrisa tímida, nada de carcajadas molestas, simplemente fue una sonrisa que dijo “yo también, no sabes cuánto”


Nos levantamos, me sacudió la espalda y comentó que le gustaba que fuera ancha, la hacía sentir segura. Nos tomamos de las manos, con los dedos entrelazados como un nudo indescifrable y nos dirigimos al videoclub, arrendaríamos un par de films y compraríamos algo para beber, luego a su departamento, veríamos (poco) las películas y luego nos dejaríamos llevar por la soledad, el alcohol y el amor (?)
El trayecto era largo, pero agradable, sin nudos de garganta que trabaran la conversación y sin imágenes penosas que deprimieran la situación, era perfecto, completo y lo más importante era nuestro, de los dos y nadie más.
Dos años llevaba esperando este momento, dos años de angustia, miedo e inseguridad por lo que vendría, pero valió las penas, ahora estaba con Francisca y todo andaba como debía… muy bien.
Cuando llegamos al apartamento, abrí mi bolso y le entregué un regalo que tenía para ella, era una jirafa de madera, de varios colores y que al apretar un botón que tenia, se desarmaba y su cuello caía por debajo de sus pies, era muy pintoresca, la tomó, luego la miró y finalmente musito –creo que esto va demasiado rápido, me regalaste una jirafa de madera, esas cosas llevan tiempo- luego rió, fue tierno, me fascino y lo hice saber.
Comimos ligero y bebimos fuerte, la situación era de lo mejor, era algo nuevo, me sentía embobado por su candidez, su dulzura era idílica y no quedaba más que disfrutarla (a la situación y a Ella), me aferre ciego a sus brazos y deje que me empapara de su olor y su amor, tal vez deje que me empapara demasiado.
Desperté muy temprano y me dedique a mirarla, su expresión era serena, honesta y veía el descanso en sus ojos. Me quede dormido nuevamente contra su pecho y el latir constante y suave me deslumbro… me enamoró y no me dejaría ir. Me estire hasta su frente y la bese, luego baje hasta sus labios, cuello y volví a hacerlo desde su cuello, luego sus labios y termine con un beso suave y tierno en su frente.
Me levante al cabo de unos minutos y prepare el desayuno para tres, porque conocía mi voracidad, llegue con huevos, tocino, jugo natural de frambuesas, tostadas y té con dos y media de azúcar para mí y doce gotas de endulzante para Francisca. La conocía más que a nadie, sabía que eran doce gotas ni una más ni una menos y que cuando lo probara me diría que estaba bien de dulzor.
Cuando llegue al cuarto Ella miraba la televisión y me dijo “pensé que te habías ido y me dejabas” luego me miró y sonrió coquetamente, no pude hacer más que dejar la bandeja en el suelo y abalanzarme sobre la cama, para terminar sobre ella y encajar mis labios en los suyos sin pronunciar palabra… luego desayunamos y escuchamos música relajada.
Arroje todos mis sentimientos sobre ella, sentimientos de calibre mayor, sentimientos fuertes y reales. Deslice mi mano sobre su frente y luego comencé a rodear su cabeza hasta llegar a su nunca, cuando ahí estuve, baje hasta su espalda y la apreté con fuerza, para que no me dejara ir jamás, le dije con mi corporalidad que la amaba. Luego me deje caer, nuevamente, sobre su pecho palpitante.
Mis palabras no salieron de mi boca, sino de mis manos, brazos, piernas, sexo, pecho, espalda, cabeza y estomago, pero aún así estaban llenas de significado, decía “¡Ey te amo!” “¡Ey te amo!”, en cada latido y tú las escuchabas y les respondías “Ey yo también”, “Ey yo también”, ¿qué más podría pedir?
Te comencé a ver como mi media naranja (así de cliché) y luego te sentí como mi amiga, con besos y que además me gustaba, era orgásmico de cierta forma, pero, pero, pero, siempre hay uno. Te entregaba mi vida; mi alma como comida básica y te dejaba mi cuerpo antes de cenar, como especie de tributo (aperitivo) a tus instintos más bajos… eres la única que sabe cómo hacer que me gusten las cosas que tú gozas.
Ya todo comenzaba a caer en la monotonía, eso me acongojaba, pero me alegraba el pensar que era la monotonía más hermosa y únicamente hermosa de mi vida, lo era y siempre lo fue, no existirá nada más hermoso que dormir junto a un tarro de parafina bien nuevo y tú. ¿Por qué carajo caí en esa monotonía? Por qué carajo me enamore de esa monotonía.
No vale la pena hacer un recuento después de un final, un final amargo, un final ácido, un final lleno de nudos de cuerdas vocales, un nudo de angustia eterna y prisionera, un final de lo más olvidable (tratar de hacerlo). No eres lo que tú crees ser, no eres lo que yo creía, no es rencor ciego, no es odio mudo, no es pena propia, es más bien honestidad directa, cruda y amor fuerte.
No sé en qué momento esto se torno doloroso, pero las lágrimas comenzaron a empapar las hojas, comencé a recordar los besos, los abrazos, tus labios, tus brazos… tu cariño; discreto y pequeño me había hecho sentirte más que nunca y sólo restaba decir que recordaría o jamás olvidaría a Francisca, a esa mujer que me hizo esperarla dos años y luego me dijo que ni en dos años más volvería a quererme. Porque lo dijo o a lo menos lo insinuó.
Las cosas ya agotadas, cansadas, tú y tu mirada aburridas de mí y mi mirada me decían vete lejos y sin vuelta, mas no podía, necesitaba tu adiós definitivo en letras grandes, que me digiera ya no te necesito, ya fue y no volverá. Necesitaba un agradecimiento formal y lejano que expresara asco, nauseas y otras cosas para poder decirme entre mi “no, no, no, no nunca será un sí” y pensar aún mientras me martirizara, por un momento fue un sí, pero lo arruine con mi cariño… mi cariño incondicional.
Ahora tú tienes a otro, tal vez más de uno, pero yo aún no tengo nada y espero jamás tenerlo, porque así podre seguir con mi vivo sentir por ti y por tu ser. Ahora te digo que fuiste mucho, que eres mucho y que serás por mucho algo mucho más importante que otras muchas cosas muy importantes (que manera de muchificar las cosas)
Francisca nunca te llamaste así, tu nombre empieza con C y termina con “amila”, tu nombre me hace pensar en la palabra amor, como un verso, como un beso, como un te quiero, pero sólo eso.

Gracias y ahora si te lo dejo con letras grandes para que lo leas, me enamore y nunca compartiste nada, porque no hay nada que compartir, me enamore y nunca deje un vacio en ese amor, nunca pensé que me harías el daño y el favor de sentir pasión y admiración en un mismo ser, un ser lindo, puro (no tanto), pero si un ser al que ame y le digo, “adiós, espero un hasta nunca, para alguna vez dar un beso y que tenga más dulzura que los besos tuyos que tanto extraño”
Lo último que puedo decir es que me haces sentir como una jirafa que cuando tú aprietas el botón se desarma y que deja caer su cuello por debajo de sus pies, que deja caer su vida por debajo de tus pies y que en cualquier momento espera volver a tener el colorido que alguna vez tuvo para poder tener los cojones de decir que lo enamoraste con tu ser… completo y complejo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Lo que no mata (te transforma en rata) te hace más fuerte.

Botaste todo al papelero y luego lo cubriste de odio y asco, le diste un final no feliz, de no cuento, un final de no amor. Me di cuenta e hice lo de siempre, llore y me hice el desinteresado y luego, sólo luego, pude hacer nada, simplemente mirar como una historia se acaba, un cuento con trama dulce concluye amargo, una foto colorida se torna sepia y un sentimiento hermoso se oscurece para ser lo que no debería haber sido nunca.
Pero (en este caso un hermoso adversativo), no hay nada más que hacer, nada más que decir, las palabras se han gastado y los abrazos se enfriaron, ya no sirve pensar las cosas, sólo resta vivirlas… sobrevivirlas. Sólo y sólo tal vez fue bueno terminar en el fondo de tu papelero, pegado a un chicle y al lado de una cucaracha.
Sé que no me mataste y tampoco querías dejarme morir, pero (en este caso un triste adversativo) me dejaste convaleciente y ahora digo que Nietzsche siempre tuvo razón.